Apostolado

La vocación laical al apostolado

La dimensión apostólica del laicado católico se deriva de su real e íntima inserción en el cuerpo místico de Jesucristo, “insertos por el bautismo,… robustecidos por la confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al apostolado”[1].

“Los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tienen la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio: son habilitados y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de la iniciación cristiana y por los dones del Espíritu Santo”[2]

La Tercera Orden Secular por tanto, es consciente de que la Iglesia es esencialmente misionera, y que por eso no puede ser ajena al llamado anhelante del corazón de Jesucristo antes de subir al Padre: id por todo el mundo y proclamad el evangelio a toda la creación (Mt 16,15), por eso posee como objetivo inherente e indisoluble con su realidad llevar el Evangelio a todos los hombres, de tal manera que todos puedan vivir con la vida nueva de la gracia.

Cada miembro al buscar unirse más íntimamente a Dios busca necesariamente unir a todos los hombres con Dios, es decir “hacer partícipes a todos los hombres de la redención salvadora” [3], sabiendo que la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es vocación al apostolado[4]. La predicación y el apostolado están en perfecta concordancia con el fin de la Encarnación[5], yo para esto nací, y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad (Jn 18,37).

La Unión con Dios

Como piedra basal y fundamento de toda acción apostólica los laicos deben buscar la íntima unión con Dios. Entre la perfección y el apostolado debe haber una unión estrechísima. La vida interior es el alma de todo apostolado y la garantía de su eficacia; por eso el deber primario y fundamental de todo laico debe ser que cada uno busque la propia perfección, procurando la íntima y profunda unión con Dios. Todo apostolado se cimenta en esta verdad. Será vano derramarse en obras exteriores si se pierde de vista este fin: “La fecundidad del apostolado seglar depende de la unión vital de los seglares con Cristo… de tal forma que no separen la unión con Cristo de su vida personal, sino que crezcan intensamente en ella realizando sus tareas según la voluntad de Dios… ni las preocupaciones familiares ni los demás negocios temporales deben ser ajenos a esta orientación espiritual de la vida, todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por Él (Col 3,17)”[6]

El Amor al Prójimo

El verdadero amor a Dios se verifica en el amor al prójimo puede amar a Dios a quien no ve, quien no ama a su prójimo, a quien ve (1Jn 4,20), este mandamiento ha sido dado por Dios, que quien ama a Dios ame también a su hermano (1Jn 4,21)[7], la caridad fraterna aviva muchísimo la caridad hacia Dios mismo, y el amor a nuestros hermanos es como un vehículo para el amor hacia Dios.

Amor que en primer lugar es un imperativo de nuestro Señor Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso (Lc 6,36); el que ama a su hermano mora en la luz, más el que aborrece a su hermano mora en las tinieblas; esta es la doctrina que aprendisteis desde el principio que os améis los unos a los otros (1Jn 2,10)[8].

Compromiso del Apostolado

Así todas nuestras obras de apostolado deben apuntar a la conversión de los pecadores, la frecuencia de los sacramentos, la práctica de la vida espiritual y el ejercicio más solícito de las virtudes cristianas, todo medio que no conduzca a estos fines debe ser descartado.

Los laicos de esta Tercera Orden como miembros de la Familia del Verbo Encarnado quieren, asociados a la primera orden ocupar los puntos principales de inflexión de la cultura, para llevar el Evangelio verdadera y eficazmente a todas las manifestaciones del hombre, proclamando la verdad y la buena nueva que Cristo vino a traer.

Renovación cristiana del orden temporal

Es oficio propio de los laicos, que se desprende de su función sacerdotal, consagrar, exorcizar y sanear el orden temporal desde dentro y ordenarlo hacia Dios por Jesucristo. De aquí que “todo lo que constituye el orden temporal: bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y las profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales y otras realidades semejantes, así como su evolución y progreso, no son solamente medios para el fin último del hombre, sino que tienen además, un valor propio puesto por Dios en ellos”[9], es preciso pues “que los seglares acepten como obligación, propia el instaurar el orden temporal y el actuar directamente y de forma concreta en dicho orden, dirigidos por la luz del Evangelio y la mente de la Iglesia, movidos por la caridad cristiana, el cooperar como conciudadanos que son de los demás, con su específica pericia y propia responsabilidad, y el buscar en toda parte y en todo la justicia del reino de Dios”[10].

Para lograr esta conversión total del mundo a Dios, los laicos del Instituto del Verbo Encarnado buscarán insertarse en los puntos principales donde se arraiga la cultura de los hombres y sobre los que tienen mayor influencia ya “que es necesario evangelizar no decorativamente, a manera de un barniz superficial, sino en modo vital, en profundidad y hasta las raíces la cultura y las culturas del hombre… es necesario, hacer todos los esfuerzos en pro de una generosa evangelización de la cultura”[11].

La acción social

“Es preciso que los seglares acepten como obligación propia, el instaurar el orden temporal y el actuar directamente y de forma concreta en dicho orden, dirigidos por la luz del Evangelio y la mente de la Iglesia y movidos por la caridad cristiana; el cooperar como conciudadanos que son de los demás, con su específica pericia y propia responsabilidad, y el buscar en todas partes y en todo la justicia del reino de Dios. Hay que instaurar el orden temporal de tal forma que, salvando íntegramente sus propias leyes, se ajuste a los principios superiores de la vida cristiana y se mantenga adaptado a las variadas circunstancias de lugar, tiempo y nación. Entre las obras de este apostolado sobresale la acción social cristiana la cual desea el Santo Concilio que se extienda

hoy día a todo el ámbito temporal, incluida la cultura”[12].

Debemos lograr que Cristo reine en todo el mundo, en todas las culturas y en los corazones de los hombres, para no errar en esta tarea tan propia hay que conocer, estudiar y profundizar en la Doctrina Social de la Iglesia que brota de la sabiduría dos veces milenaria del cristianismo, “hoy más que nunca es indispensable que esta doctrina sea conocida, asimilada, llevada a la realidad social en las formas y en la medida que las circunstancias permitan o reclamen, función ardua pero nobilísima”[13].

La dignidad de la persona

La Tercera Orden compromete sus fuerzas por proveer y promover la auténtica dignidad de la persona humana, defendiendo y amparando al hombre “creado por Dios a su imagen y semejanza y redimido por la preciosísima sangre de Cristo, el hombre está llamado a ser ‘hijo en el Hijo’ y templo del Espíritu; y está destinado a esa eterna vida de comunión con Dios que lo llena de gozo… toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador del hombre”[14]. Por eso debemos comprometer nuestras fuerzas y sumarnos a los esfuerzos de la Iglesia para defender al hombre, sus derechos inalienables e inviolables, “los laicos son llamados a ello de modo particular”[15] conscientes de que en “la aceptación amorosa y generosa de toda vida humana, sobre todo si es débil o enferma, la iglesia vive hoy un momento fundamental de su misión, tanto más necesaria cuanto más dominante se hace una cultura de la muerte”[16]. Encomendamos a Dios que surjan en el seno de esta Tercera Orden laicos y movimientos laicales que defiendan al hombre, atiendan sus necesidades y promuevan sus valores. Por ejemplo: obras asistenciales en favor de niños desamparados, discapacitados, o cualquier otro tipo de necesidad.

La predicación de la Palabra

Como partícipes del oficio profético de Cristo, los terciarios del Instituto del Verbo Encarnado desean dedicarse a la proclamación de la verdad humana y divina, Id pues instruid a todas las gentes… Enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado (Mt 27,18).

Por eso la Tercera Orden quiere dedicarse a colaborar en la catequesis, primer anuncio y kerigma de la verdad, poniendo a disposición toda competencia, haciendo más eficaz la cura de almas.

El servicio del Reino

“Por su pertenencia a Cristo, Señor y Rey del universo, los fieles laicos participan en su oficio real y son llamados por Él para servir al Reino de Dios y difundirlo en la historia”[17]. Los laicos de la Tercera Orden Secular deben vivir la realidad cristiana mediante la entrega a los demás, para servir a los hombres, en la justicia y en la caridad, al mismo Jesús presente en todos sus hermanos, especialmente en los más pequeños, en los más necesitados, en los más pobres, en los más enfermos y en los más carenciados.

La misericordia para con los necesitados y los enfermos y las llamadas obras de caridad y de ayuda mutua para aliviar todas las necesidades humanas, son consideradas por la Iglesia con singular honor. La caridad debe ser nuestro principal distintivo como laicos católicos y miembros de la Tercera Orden del verbo Encarnado. De aquí que debemos alentar siempre todas las obras de misericordia tanto espirituales como corporales, para ayudar a todo aquel que lo necesita.

Citas:

[1] Apostolicam Actuositatem, 3

[2] Christifideles Laici, 33.

[3] Apostolicam Actuositatem, 2;Cf. Pío XI, Rerum Ecclesiae: AAS 18 (1926), 65.

[4] Cf. Apostolicam Actuositatem, 2.

[5] Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th., III, 42, 2.

[6] Apostolicam Actuositatem, 4.

[7] Cf. Mt 22,37-42; Lc 10,27.

[8] Cf. Jn 15,12; 15,17.

[9] Apostolicam Actuositatem, 7.

[10] Apostolicam Actuositatem, 7.

[11] Evangelii Nuntiandi, 18-20.

[12] Apostolicam Actuositatem, 7; cf. LEÓN XIII, Rerum Novarum: AAS 23 (1890-91) 647; PÍO XI, Quadragésimo anno: AAS (1931), 190; PÍO XII, Mensaj en radiofónico del 1 de junio de 1941: AAS 23 (1941), 207.

[13] Mater et Magistra, 68.

[14] Christifideles Laici, 37.

[15] Christifideles Laici, 38.

[16] Directorio de Tercera Orden, 38.

[17] Christifideles Laici, 14.

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